LOS ROMÁNTICOS MÁS DROGADOS POR EL OPIO
Por José Mañoso Flores |
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El opio, ha tenido una presencia importante en la cultura desde la antigüedad, sin embargo ha sido objeto
de distinta percepción según el prisma del observador que ha querido acercarse a esta realidad, así para el conocimiento científico,
como el de Avicena, era un poderoso medicamento, mientras que para la interpretación que, del mundo de los románticos, han
hecho los propios literatos era una fuente de inspiración. Pero realmente ¿la hipótesis de la inspiración se sustenta
por sí misma?, ¿cuál fue la dimensión exacta que introdujo esta droga en el mundo bioquímico del escritor?. Estas preguntas
me condujeron a dos románticos ingleses Coleridge y Quincey, dos adictos totales al opio, y a intentar sacar conclusiones
sobre lo que realmente les pudo producir esta droga. Por lo que parece, Coleridge (1772-1834) fue un literato singular, junto
con Southey y Wodsworth integra la primera generación de románticos ingleses y entusiasmado por la Revolución francesa concibió
con Southey el proyecto, nunca realizado, de fundar en América una comunidad regida por principios democráticos. Una persona
de evidente valía intelectual, pero ¿qué podía ver en el opio?. Con la corriente romántica la muerte y el suicidio se
presentan como el remedio a todos los males. El verdadero romántico se deja llevar por los mayores arrebatos y en su época
el opio sólo se consideraba como un medicamento legal. La intensidad reemplaza a la medida y los pintores hallan un filón
en la enfermedad, sobre todo la de carácter mental. En este ambiente, Coleridge era un crítico y filósofo, que como poeta
alcanzaba una intensidad no superada por sus contemporáneos, la belleza en sus poemas reside principalmente en su música y
colorido y en las situaciones psicológicas expresadas en los mismos, que reflejan su vida trágica. Escribió con Wordsworth
las Baladas líricas (1798), que contienen la Oda del viejo marino, posiblemente su poema más célebre junto con Christabel
y Kubla Khan (1816) cuyas dos últimas líneas son, según sugiere el mismo autor, una alusión al látex que se escapa de la cabeza
de la adormidera al hacer una incisión. Para Escohotado, Coleridge, Goya y Walter Scott consumían unos 35 gr,s. de opio
al día, otros autores magnifican el hecho de que Coleridge llegase a ingerir medio litro de láudano diario, por lo que se
podría entender que es una sustancia que no entraña peligro para la salud del que la consume, pero esto hay que matizarlo
según sea la constitución de la persona y la vía empleada para consumir, entre otros factores. En cualquier caso debemos
considerar que el láudano, que apareció en Europa en el siglo XVII debido a Thomas Sydenham, es un compuesto de opio, miel,
tintura de azafrán, esencias de canela y clavo, y levadura de cerveza, que después de fermentar se calienta al baño maría
hasta que 1 gr. contenga 0,25 gr,s. de opio. Pero el principio activo más importante de los que están en el opio es la morfina,
que se encuentra en una proporción del 10%, a lo que debemos añadir que al realizarse la administración de este principio
activo por vía bucal se produce una metabolización al pasar por el hígado, donde se inactiva parcialmente, por lo que su potencia
por vía digestiva queda reducida a la sexta parte con respecto a la vía inyectada intramuscular. Por lo tanto, el lector
tendrá que aplicar una sencilla fórmula y de la cantidad de láudano consumida tendrá que separar ¼ que es de opio, del que
tendrá que separar el 10% que es de morfina y lo que le quede reducirlo a la sexta parte para tener la potencia final de la
morfina ingerida. La potencia, en farmacología, es un concepto ligado al peso, de tal manera que una sustancia es más potente
que otra cuando con una cantidad inferior se obtienen los mismos efectos. Por lo tanto podríamos decir que la forma de consumir
opio por vía bucal es una forma “light” de consumir morfina, su alcaloide principal entre los casi 25 alcaloides
que posee. Se ha demostrado experimentalmente que la dosis de morfina de 10 mg., inyectada por vía subcutánea alivia el
dolor, la ansiedad, el miedo, la fatiga y el hambre, pero se pueden deprimir la atención y la capacidad de concentración con
inactividad mental. Con dosis superiores a 20 mg. se pasa rápidamente a un estado de sueño profundo. Por último se ha demostrado
clínicamente que un nivel plasmático de morfina de alrededor 50 mg/dl es fatal para el individuo, considerándose que el nivel
terapéutico está alrededor de 6,5 mg/dl. No obstante, además de las peculiaridades metabólicas de cada paciente, deben considerarse
sus características fisiopatológicas, que pueden modificar, a veces sustancialmente, la respuesta a la morfina oral. Tiene
la ventaja de ser un fármaco con poca tendencia a acumularse en el organismo, incluso administrado durante largos períodos
de tiempo, su corta semivida plasmática evita la posibilidad de acumulación y reduce, por tanto, el riesgo de efectos tóxicos. Para
algunos autores, la morfina le producía a Coleridge unos sueños llenos de imágenes que luego le servían para construir las
tramas alucinantes de algunos de sus escritos, sin embargo, el estudio científico de los efectos sobre el sueño, producidos
por esta droga, nos demuestra que la morfina tiene la facultad de suprimir esencialmente el sueño de movimientos oculares
rápidos, sueño paradojal o REM, que es el único que puede fijarse en la memoria, por lo que Coleridge sólo experimentaba el
sueño en fase ROM o “sueño sin sueños”, ya que los que se tienen no se pueden recordar, por lo que cuando despertaba
sólo podía sentir el agradecimiento hacia aquél fármaco que le había permitido dormir, pero ni rastro de un solo sueño, es
decir, las imágenes de Coleridge o son fruto de la alucinación o de su propia creatividad literaria. Hoy sabemos que cualquier
fármaco o droga que tomamos sufre una serie de procesos, unos alterados por factores internos y otros por factores externos.
En el momento que la droga penetra en el cuerpo, en la mayoría de los casos, se transforma total o parcialmente en otra sustancia;
las enzimas encargadas de realizar estas transformaciones se encuentran fundamentalmente en el hígado, aunque también se hallan,
en menor proporción, en otros órganos, como riñón, pulmón, intestino, glándulas suprarrenales y otros tejidos, así como en
la propia luz intestinal (mediante acción bacteriana). Existe una minoría de fármacos o drogas que no sufren modificación
alguna y son excretados sin modificar. Pero además de estos procesos internos hay factores externos que influyen y por la
conjugación de todos estos factores se explica que la dosis y el curso de un tratamiento varíe no sólo entre ususarios de
una misma droga o enfermos de una misma patología, sino en el curso de evolución de un mismo enfermo. Si el lector ha realizado
los cálculos anteriores habrá obtenido que Coleridge debió consumir entre 3,5 y 12 gr,s. de morfina diarios, como podemos
comprobar la disparidad de los consumos es tan grande que no debemos dar por cierta ninguna de las dos cantidades, pero sí
podemos preguntarnos ¿era un consumidor excesivo?. Si nos atenemos al testimonio de Wilkie Collins (1824-1889), novelista,
que para tratar el dolor reumático, padeció una severísima adicción al opio ya que se lo administraba por inyección, tendremos
que aceptar que estaba totalmente enganchado, pues nos dice que, siendo niño, vio llorar a Coleridge en casa de sus padres
debido a la privación de opio. La experiencia actual sobre la morfina administrada por vía oral nos demuestra que las
dosis analgésicas eficaces van desde 2,5 mg. a más de 1 gr. cada cuatro horas, o sea que podría llegarse a más de 6 gr,s por
día. Podríamos asegurar que Coleridge no consumió de un solo trago el medio litro de láudano ni tomó esa cantidad desde el
primer día, su habituación fue el resultado de un proceso prolongado y en último caso se trataría de un consumo que, hecho
a lo largo de un día, en distintas tomas, tendría las características de una dosis analgésica eficaz. En cualquier caso,
parece claro que Coleridge no necesitaba el opio para mejorar su bagaje intelectual, ni lo necesitaba para perfeccionar su
técnica literaria, ni tan siquiera como fuente de inspiración, tampoco era un superorganismo capaz de ingerir opio sin límite
(ya que existe la dosis letal) y los efectos de este fármaco tampoco le ayudaban a mantener un ritmo frenético de trabajo
ya que a determinadas dosis sólo le provocaba un estado de sueño profundo. Sí parece más ajustado a la realidad que, como
buen experimentador, ajustase las dosis a las necesidades físicas y emocionales del momento y aprovechase unas veces las propiedades
beneficiosas sobre su enfermedad reumática para poder vivir y trabajar con una buena calidad de vida y otras pudiera dormir
plácidamente cuando, sin este fármaco, el dolor se lo hubiera impedido, por otra parte es fácil pensar que embargase a este
hombre atormentado una expansión de sentimientos benévolos y una armonía exquisita del pensamiento, libre de las atenazantes
molestias del dolor. También podemos mencionar el factor suerte, primero por la reducción de la potencia que supone el
consumo por vía oral de esta droga, y por otro en lo que se refiere a las contraindicaciones de la morfina: debe emplearse
con cuidado en caso de que exista cirrosis y hepatitis aguda, pues puede llegarse al coma con las dosis habituales; en procesos
pulmonares agudos y crónicos, sobre todo cuando existe la cianosis, debe utilizarse con suma precaución; está contraindicada
en los ataques de asma; en los traumatismos y en la hipertensión intracraneana debe suministrarse con cuidado por el peligro
de depresión del centro respiratorio y el aumento de presión intracraneana que provoca; no se administrará en la epilepsia,
tétanos e intoxicación por estricnina; en los ancianos existe una sensibilidad exagerada por lo que se requiere una disminución
acentuada de la dosis, también en los lactantes y recién nacidos se utilizarán dosis reducidas; contraindicaciones desconocidas
en aquella época. Un poco menor que Coleridge era Thomas de Quincey (1785-1859), un filólogo que intentaba crear un arte
romántico original que muestra todas las características de una tradición decadente. Fue otro hombre atormentado, que cuando
empezaba a alcanzar brillantez con su trabajo, a los 49 años, recibió el duro castigo del destino. En 1834 moriría uno su
hijo mayor después de una cruel enfermedad, otro, que era teniente del ejército, moriría en China y en 1837 fallecería su
esposa. Comenzó a publicar en 1821 sus Confesiones de un inglés comedor de opio, en la London Magazine, donde detalla minuciosamente
y con un impecable estilo una serie de experiencias con el opio, alcanzando un éxito inmediato. Destaca varios puntos importantes:
la relación del consumo con la ausencia del más leve resfriado o de la más leve tos, la posibilidad de dejar el opio disminuyendo
la cantidad consumida progresivamente sin que el sufrimiento exceda a lo soportable por un hombre con una fuerza de voluntad
corriente y por último que su consumo (hecho de manera apropiada) introduce en las facultades mentales orden y armonía con
una expansión de los sentimientos benévolos. Todo esto en contraposición con el alcohol, que según Quincey desordena las facultades
mentales, de tal modo que la borrachera expone, a quien la sufre, al menosprecio de los espectadores – el borracho favorece
la supremacía de la parte meramente humana, y a menudo brutal, de su naturaleza. – En este párrafo, Quincey se hace
eco de varios hechos probados. El primero se contiene en la literatura sobre pueblos opiófagos, que pone de relieve la ausencia
de resfriados en los practicantes de este consumo y que mantienen, aun en su vejez, una buena salud en lo que se refiere a
catarros y resfriados. Dos de los más grandes médicos islámicos, Avicena y Rhazis, ya recomendaban el opio no sólo como antídoto
general y remedio para trastornos localizados, sino también como costumbre saludable para cualquiera en la tercera edad, aunque
no ignoran que - es mortal a la dosis de dos dracmas -. El toxicólogo Balthazard opina que en Oriente, y particularmente en
Persia, la opiofagia es en cierto modo fisiológica, de tal modo que los hombres, a partir de los 50 años, toman unas píldoras
de opio para conserva r la salud, sin que esta costumbre les origine ningún problema. La segunda cuestión sería la que
califica de “sufrimiento” y que se refiere a que clínicamente está demostrada la aparición de trastornos físicos,
en la persona habituada al consumo, por la falta de administración de la droga (síndrome de abstinencia), que se manifiesta
entre las 8 y las 12 horas después de la última dosis, alcanza los máximos trastornos entre las 36 y las 72 horas y cuyos
síntomas desaparecen espontáneamente entre los 5 y 8 días. Cuando Quincey habla de abuso (durante 8 años) se refiere a
un empleo cotidiano de cantidades que llegaron a alcanzar los 20 gr,s. de opio muy puro, es decir que llegó a consumir el
equivalente a 2 gr,s. de morfina, cuya potencia, en la vía digestiva, quedaba reducida a la sexta parte, unos 333 mg., sin
embargo volvemos a hacer notar que la tolerancia no es ilimitada y que muchos adictos mueren por un exceso en las dosis, lo
que se demostraría posteriormente, sobre todo al pasar de la vía de consumo oral a la inyectada. Podemos considerar que
Quincey, al igual que Coleridge fue un hábil experimentador, que llegó al láudano para tratar sus molestias gástricas y la
incipiente tuberculosis ante la que acabaría sucumbiendo, con el único fármaco eficaz en aquella época, y no buscando una
fuente de inspiración o de creatividad artificial para su producción literaria. Es manifiesta la falta de sueño que padecía
Quincey debido al dolor, también es un hecho demostrado que los individuos que no pueden soñar a menudo, o tienen dificultades
para hacerlo, sufren alucinaciones durante el día, por eso sería coherente pensar que el opio, a determinadas dosis, sólo
le ayudaba a dormir sin dolor, aunque luego no pudiese recordar ningún sueño por los motivos expuestos en el sueño morfínico
en fase REM. La “luna de miel” que mantuvo con el opio entre 1804 y 1812 se truncó en 1813 y tres años después
trastornos intestinales, malestar general, pesadillas aterradoras e insomnio hicieron su aparición, cuando intentó reducir
la ingesta de opio (síndrome de abstinencia) – Me dí cuenta que, de seguir consumiendo opio moriría y decidí, por tanto,
morir si era preciso en el intento por librarme de él – Hacia 1817 se vio obligado a guardar cama durante meses
– Hace tiempo que he interrumpido mis estudios, no siento ningún placer en leer y apenas si puedo hacerlo más de un
momento -. Estos síntomas son característicos, ya hemos dicho que la morfina, en determinadas dosis, deprime la atención y
la capacidad de concentración con inactividad mental, pero también al reducir bruscamente la dosis de morfina se provoca un
síndrome de abstinencia caracterizado por: bostezos, lagrimeo, rinorrea, sudoración, midriasis, temblor, piloerección, anorexia,
inquietud y agitación, vómito, fiebre, hiperapnea, hipertensión arterial, diarrea y pérdida de peso. Aunque este síndrome
es muy aparatoso no es peligroso para la vida del individuo, al contrario de lo que ocurre con el síndrome de abstinencia
provocado por el alcohol o los barbitúricos, que puede llega r a causar un 30% de muertes en las personas que los sufren. Por
lo tanto, a Quincey, le podemos considerar como precursor en el reconocimiento literario de Coleridge, que como él llega al
láudano para tratar dolencias físicas transformándose en un hábil experimentador en los efectos del principal alcaloide del
opio, la morfina. Ambos gozaron de la ventaja relativa de que la jeringuilla graduada no se había introducido todavía, lo
hizo en 1859, el año de la muerte de Quincey, el cirujano lionés Charles Gabriel Pravaz, y por lo tanto podríamos decir que
ejercieron un abuso de bajo riesgo al ir alcanzando la tolerancia al fármaco progresivamente, poco a poco, ya que la biodisponibilidad
de morfina por vía bucal es relativamente pobre. También el factor suerte, al detestar el alcohol, ya que los pacientes que
han sido alcohólicos desarrollan una especial sensibilidad a los efectos de la morfina; desde principios del siglo XX se conoce
que la ingestión de bebidas alcohólicas es capaz de retardar el aumento de dosis de opio o de cloruro mórfico, en los tratamientos
paliativos a pacientes terminales de cáncer, de tal manera que se han descrito alcoholemias de 0,18 a 0,20% con niveles plasmáticos
de morfina equivalentes a dosis de 15-30 mg., que pueden resultar letales en pacientes recién desintoxicados de su adicción
al alcohol, que aún no han desarrollado una tolerancia a los mórficos, como ya habían demostrado Borowsky y Lieber (1978)
y también como comenta indirectamente Rousanville y O’Malley (1985). Quincey publicaría en 1845 su segundo ensayo sobre
el opio, al que tituló Suspiria de profundis. Es un autor riguroso, que nos habla, como hemos comentado, de aspectos beneficiosos
del opio, pero también da la señal de alarma sobre el fenómeno que conocemos como “síndrome de abstinencia”. Existe
la creencia de que la morfina acorta las expectativas de vida del paciente; dicha aseveración no se corresponde con la realidad.
Quincey vivió hasta los 74 años manteniendo la adicción, de la que posiblemente el peor efecto fue el estreñimiento intestinal
crónico, que suele generar el hábito del uso de opiáceos.
José Mañoso Flores, miembro de la Asociación Prometeo de Poesía
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